El cuento muy breve de un señor, una señora y un niño de nueve años que estaban muy cansados.

 

Julio era un niño gordito, tirando a feo, que no tenía demasiados amigos. Por esta razón pasaba casi todas las tardes en casa y se aburría bastante.

con-la-gameboyDedicaba prácticamente todo el rato a ver la televisión que, según es sabido, ofrece programas infantiles de todos los géneros: Violencia, extorsión, concursos nada culturales, dibujos animados malos, malos, y otras perlas dignas de apagarla y dedicarse a otra cosa.

Su padre era un señor gordo de humor pésimo que, por una u otra razón, siempre estaba cansado. Le cansaba leer (le cansaba tanto que jamás lo hacía), le cansaba ver la tele (eso le cansaba algo menos), le cansaba ir a trabajar y venir de trabajar. Estaba cansado de discutir con su esposa (debía estar muy cansado de eso, porque lo hacía todo el rato), cansado de ver a su hijo sin hacer nada, cansado de decirle que se fuera a la cama. Estaba cansado, definitivamente cansado, de decirle a todo el mundo que apagara las luces y de hablar del recibo de la compañía eléctrica, que era la única carta que llegaba puntualmente al buzón de su casa.

llega-papaEl padre de Julio, don Julio, era realmente un hombre cansado.

La madre de Julio, doña Adelaida, también era una mujer cansada, aunque algo menos. Ella estaba cansada de oír a don Julio decir lo cansado que estaba, aunque también le cansaban otras cosas. Por ejemplo, le cansaba -y en eso coincidía con su marido- ver a Julio sin hacer nada y decirle veinte veces que se fuera a la cama, aunque bien es cierto que Julio no se iba rápidamente a acostar en cuanto se lo decían.en-la-cocina

Julio no tenía hermanos, no tenía abuelas -bueno, sí que las tenía pero su padre y su madre estaban cansados de las cosas de los viejos-, no tenía casi primos y, sobre todo, no tenía muchas cosas que hacer.

A los nueve años de su edad, estaba empezando a sentirse tan cansado como su padre y como su madre, aunque no entendía del todo como podía estar tan cansado si, en realidad, apenas hacía nada.

Una tarde, decidió no separarse de su máquina de matar marcianos llamada “Game Boy” y batir el récord de partidas jugadas. Jugó ochenta y tres partidas seguidas contra el artefacto electrónico con el siguiente resultado:

Partidas jugadas: 83 – Partidas ganadas: 0 –  Partidas empatadas: 0 – Partidas perdidas: 83

La experiencia fue agotadora, además de algo frustrante[1]. ¡Qué manera de perder partidas contra aquella máquina maldita!. Por la noche tenía los ojos rojos, las orejas rojas, la nariz roja y las plantas de los pies rojas también.

-Estoy cansado de verte todo el día jugando con esa máquina -le dijo su padre.

-Y yo estoy cansada de decirte que te vayas a la cama de una vez, que mañana no habrá quien te levante -le dijo su madre.

-Y yo de deciros a los dos que apaguéis las luces -volvió a decir su padre de un humor pésimo.

-Ay, Julio -dijo ahora su madre a su padre-, estoy cansada ya de oírte decir lo cansado que estás de decirnos que apaguemos las luces.

-Entiéndelo, Adelaida. Estoy cansado de pagar recibos astronómicos[2].

Julio, que vio que la cosa empezaba a ponerse fea e intuyó[3] que algo podía caerle si no se quitaba de en medio, decidió que lo mejor sería irse rápidamente a la cama mientras sus padres discutían de lo divino y de lo humano. En realidad, le cansaba oirles discutir. Así que apagó la máquina con sus dedos ya rojos de darle a los botones, pasó entre los dos mayores que discutían cada vez más acaloradamente, dijo un tímido “buenas noches” que nadie pareció oír, se lavó los dientes y se metió en la “piltra”[4] sin más dilación[5].

Las voces se fueron calmando pasado un rato; siempre pasaba así, primero muy poco acalorados, luego más y más, hasta que llegaban los gritos y un ratito después, cansados de discutir, se calmaban.a-la-cama

La casa se quedó casi en silencio. Sólo el sonido lejano del televisor rompía la paz del hogar. “Seguramente -pensó Julio- están viendo una de esas películas aburridísimas en las que casi no hay muertos, ni desastres ecológicos, ni catástrofes nucleares. No entiendo como no se cansan de esas tonterías”. Y se durmió.

Se levantó cansadísimo por la mañana. Se diría que, en lugar de dormir, le habían dado una paliza.

Su madre estaba ya cansada de calentarle la leche del desayuno y supo, poco después, que su padre se había ido muy muy cansado a trabajar. “Todo está bajo control -pensó-. Todo el mundo está lo cansado que debe de estar”.

-Mamá -dijo Julio cuando, cansado de ir a la escuela, se disponía a salir de casa en dirección a ella-, creo que hoy mi profesor estará cansado de decirme que no llevo hechos los deberes. También estará cansado el conserje, de decirnos que no subamos las escaleras haciendo el borrico y, probablemente, el conductor del autocar estará cansado de llevarnos y traernos, con lo ruidosos que somos. Dime -le preguntó al fin-, ¿es tan cansado vivir como a mí me parece?.

FIN

 

[1] Frustración es la sensación que queda cuando te das cuenta de que nunca podrás vencer a tu máquina de matar marcianos. Se da también en otras circunstancias, por ejemplo, cuando descubres que no te han seleccionado para el partido de balonmano, o si te despiden del coro de la iglesia después de hacer unos gallos  en el Ave María que han hecho que todos tus amigos se retuerzan de la risa. Es una sensación desagradable, pero se supera con la edad, salvo si se trata de que no has conseguido coger el ritmo con los crótalos, en cuyo caso puede durar algo más.
[2] Las cifras son astronómicas cuando superan con mucho lo que uno se esperaba, o cuando son tan elevadas que es mejor no decirlas. Es un término muy aludido por los mayores cuando se refieren al recibo de la luz, al del teléfono o a lo que cuesta mantener ese ritmo de vida que llevamos. Lo del “ritmo de vida” tendrás que preguntarlo a algún mayor.
[3] Intuir es algo así como tener un presentimiento. Los niños intuitivos se libran de muchas faenas en las que prefieren no estar. Hay que cuidar la intuición.
[4] La piltra es la cama, dicho a lo chulapo.
[5] Sin más dilación quiere decir “sin darle mas vueltas al asunto”.
Y las ilustraciones son de mis hermanas Mariquilla y Maripepa.

4 respuestas a “El cuento muy breve de un señor, una señora y un niño de nueve años que estaban muy cansados.

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