Año II

Aquello que llamábamos ‘nueva normalidad’ se va convirtiendo en ‘simple normalidad’. Y no mola.

Habíamos aprendido que se puede vivir sin fútbol y que las enfermeras que se afanan en las unidades de cuidados intensivos velando por la vida de los afectados por la covid-19 son más importantes que los futbolistas aunque ganan un poco menos.

Este año hemos aprendido que también se puede vivir sin procesiones y que no vale la pena ponerse tristísimo por la cosa de la muerte de Jesucristo, toda vez que tenemos la experiencia de que va a resucitar (todos los años pasa en un domingo como este).

Entre tanto, hemos aprendido, salvo en Madrid, que se puede vivir sin bares, con las horas de circulación acotadas, con los comercios a medio gas, sin invitados en casa, con el número limitado de personas con las que dar un paseo, sin ver a nuestros sobrinos, a nuestros nietos quienes contamos ya con edad para tenerlos, sin viajar al extranjero, sin ir a esquiar, sin expectativas.

Hemos aprendido a que cada día el número de muertos ascienda o disminuya (150, 300…) según el estado de la ola pandémica en la que nos encontremos y a asimilarlo como una cifra más de las que nos ofrecen los informativos con el mismo tono monocorde: sube el paro, bajan los muertos, se prevé crecimiento negativo (¿qué coño querrá decir?) de la economía para 2021. Cifras, al cabo.

La disnormalidad se ha convertido en lo cotidiano.

Supongo así que, para romper la monotonía, no debe extrañar que una sede de Podemos, la de Cartagena, sea atacada por un grupo de necios con artefactos explosivos o que el Capitolio, sede del Congreso de los Estados Unidos, sufra un atentado (el segundo en tres meses) perpetrado por un tipo que buscaba no sé qué alivio estrellando su coche contra la protección del edificio. Los franceses son más pacíficos, sin embargo, y solo se amontonan en la capital de España en busca de la cerveza que en su país le niegan. Alguien les ha dicho que en Madrid está todo abierto (y es verdad) y sus calles no estaban tan pobladas de gabachos desde 1808.  

Alegres muchachos de fiesta en Madrid

Y es que la presidenta madrileña no cree en las ‘medidas’. De alguna manera es normal: no ha leído mucho y tiene como asesor al mítico Miguel Ángel Rodríguez (poco que añadir), tándem que ha decidido que si haces lo que nadie más hace, te diferencias. Y ¡vaya que sí te diferencias! Para eso tiene que faltarnos a todos al respeto (y vulnerar nuestro derecho a la salud), pero pocos lo advierten. De hecho, le funciona, porque el concepto de libertad que maneja esta derecha nuestra, ajeno a todo lo que comporte no hacer lo que te salga de los cojones si es que puedes y si no peor para ti, funciona muy bien para estos que sí pueden. Y no creo que sea un efecto de la pandemia que haya abotargado su mente infantil. Más bien creo que es una estrategia bien medida que conducirá el 4 de mayo a otra victoria de esta “derecha libertaria” que se amamantó a los pechos de Silvio Berlusconi, creció a los de los Le Pen y se hizo adulta a los de Donald Trump y Bolsonaro.

Pero entonces no había pandemia en el planeta: cada uno podía volver a casa a la hora que quisiera y cocerse a cañas en el bar de su elección en cualquier lugar del mundo dotado de electricidad. Ahora no. Entonces ya jodía, pero ahora jode un poco más porque ya no nos quitan solo esas verdaderas libertades que falsamente enarbolan, ahora nos contagian de una cosa que mata.

Andamos apenados, sujetos a una forma de estar que no es la nuestra, limitando todo aquello de lo que hace poco más de un año disfrutábamos sin saber que eran lujos. Soportando los ERTE que nos permiten apenas pagar los gastos, entendiendo con dificultad las restricciones que nos imponen e imponiéndonos otras añadidas, por ese respeto tan poco de moda: para no sentirnos portadores del mal en la casa de nadie. Y toleramos los vídeos jocosos de los chicos listos que se fueron de fiesta a Madrid (o a la estación de esquí) para sentirnos pelín gilipollas por ser quienes sí cumplimos con las reglas.

Las reglas, las putas reglas. Semana Santa de mierda fumando un cigarrillo en el balcón de casa, con la única alegría de que este año las calles no estarán resbaladizas por la cera de los velones. La putas reglas que nadie parece entender pero que todos sabemos para lo que sirven.

Ya hemos aprendido que se puede vivir sin procesiones y sin fútbol y sin bares. Ahora nos toca aprender a soportar a quienes se mean en nosotros en nombre de su libertad. Pero esto va a ser más difícil.

El dibujo es de mi hermana Maripepa


10 respuestas a “Año II

  1. Eso de que todos sabemos para que sirven las reglas, lo vamos a dejar a un lado, por que ¿en Madrid han entendido las reglas? la señora Ayuso no , la señora Ayuso se las salta y pone en riesgo a sus madrileños y no pasa nada, ¿como la vamos castigar ? ayudandola a ganar las elecciones por que esto que ha echo de convertir Madrid en la capital de la borrachera Europea y el contagio a discrecion, es la ostia, nos tenemos que colocar medallas, es un triunfo , podiamos copiar las poblaciones pequeñas que nos estamos quedando sin gente, esa formula lo mismo da resultado, aunque no sea para aumentar poblacion pero si los contagios.

    un hurra por la señora Ayuso.
    triste muy triste pero la ceguera no deja ver mas allá.

    Buen domingo de resurrecion aunque los muertos por la pandemia ya no resucitan.

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    1. El domingo de resurrección a quién está resucitando es a los imbéciles que se creen inmortales (y a lo mejor lo son).

      Pero Ayuso sí sabe para qué sirven las normas: a ella, en concreto, para ganar unas elecciones a base de permitir que todos se las salten… tiste, porque cuesta vidas.

      No es ceguera, Juan Carlos, es iniquidad.

      Fortísimo abrazo. Gracias, como siempre.

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  2. Que estos dos años de pandemia ha provocado grandes cambios en nuestro comportamiento, El miedo y la incertidumbre de los primeros meses ha dado paso a un distanciamiento emocional evidente, además una incertidumbre para la que no atisbamos un final cierto. En esta incertidumbre se mezcla todo, lo socioeconómico, lo social, lo familiar, la situación laboral de cada uno…., dejando a grandes grupos de población invisibles.
    Además, las olas pandémicas, nos hacen que nuestro comportamiento, nuestra racionalización de la pandemia y los recursos que ponemos en juego han ido sufriendo picos, de hecho hay autores que afirman que hemos atravesado las distintas etapas del duelo: negación, rabia, enfado, tristeza y, por último, asimilación.
    Esto tiene un peaje. Uno de los principales riesgos, ya lo ha advertido la OMS, es la relajación en el cumplimiento de medidas de protección, incluso una normalización de las víctimas diarias que han pasado a ser una estadística más, incluso un “divertido ranking” en el que todos los días, en todos los medios, sabemos como estamos nosotros, nuestro terruño, en vacunas, muertos, tasa de incidencia acumulada…, miramos con ojos de conmiseración a los pobres cuatro últimos y añoramos con ser del grupo de los cuatro primeros. Este distanciamiento emocional (que seguro que es un recurso de nuestra mente para sobrevivir) sería patético sino fuera por lo dramático que es.
    Este distanciamiento emocional, aparece, cada vez más. Con él, el miedo a relacionarse con lo demás, a ser precavidos con los desconocidos, a tener conciencia de ser más vulnerables, a ir perdiendo paulatinamente conciencia de lo social y abundar en las respuestas individuales.
    ¿Quién gana en esta situación? ¿Quién lleva años sentando las bases de su actuación sobre todos o parte de estos pilares?…..Vaya!!! a ver si va a ser la derecha!!!. Respuestas sencillas, enemigos claros, nacional casticismo…., todo el pack y además las reglas para saltárselas, para tener un banderín de enganche.
    Si la incertidumbre y el miedo se han apoderado de nuestra sociedad, si están siendo utilizadas con fines torticeros, lo que se está amenazando es nuestra convivencia democrática, que es muy vulnerable y muy difícil de reparar, y que además, si en algo se sustenta es en la confianza en el otro, en la capacidad de empatizar con el otro, de tocarlo si se quiere, en la relación personal. ¿Cómo vamos a poder salir individualmente del pozo económico al que nos deslizamos? ¿podemos salir de él sin compromiso social, sin que nadie se quede atrás?…..
    Nada es gratuito y todo les sirve…, hasta los muertos

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    1. La fatiga pandémica (a todo hay que ponerle nombre, porque lo que no se llama no existe) está sacando de dentro de cada uno lo peor que tenemos.

      Momentos como este son los que hacen recapitular y comprender los errores que hemos cometido dejando la educación en manos de cualquiera (de nosotros mismos) cuando comprobamos que aquellos ‘valores’ con los que nos llenábamos la boca son una puta entelequia; no se los hemos enseñado a nadie más que a enunciar: solidaridad, empatía, ¡amor al prójimo!, respeto por lo colectivo… En fin, entelequias de una educación impostada a la que nadie, en realidad, dio la importancia que ahora comprobamos empíricamente que tenía.

      En una coctelera, mezclado todo ello con la irresponsabilidad mayúscula de según qué gobernantes (y gobernantas), da basura.

      Estamos en un lío Ricardo. Estamos en un puto lío.

      Y no hay vacuna que remedie esto.

      Un abrazo enorme, amigo. Mil veces gracias por andar por aquí.

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  3. El crecimiento negativo es cuando te pones en cuclillas y la zona trasera destaca más que la delantera, ya tú sabes, hermano.
    Tanto hablar de la libertad y que mal se ejerce.
    No me salen las cuentas, si sumas los familiares de ancianos muertos, dependientes y sanitarios creo que debe salir una buena suma de madrileños que votarían antes al palo de una escoba que a esa persona con su cohorte de borrachos que les ha hecho sufrir tanto.
    Sin embargo la van a votar hasta los camareros que tienen un contrato de cuatro horas trabajando diez y aún da las gracias.
    Que bicho más raro el ser humano.
    Feliz domingo, abrazos.

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    1. La desaparición de la clase obrera y su sustitución por esta nueva suerte de clase media alta con contratos de cuatro horas nos descorazonará a todos.

      Todos los bares de Madrid exhiben su pancarta de I(corzón)IDA … el populismo de derechas también tiene su efecto, ya sabemos.

      Hemos perdido demasiado tiempo en comprender que la educación era vital.

      Un abrazo enorme, amigo. Gracias un domingo más.

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  4. Aquel camarero de la Pl Mayor que había bajado desde los dos mil euros a los setecientos (ERTE) deja bien clarito cual era su situación laboral prepandemia, seguro que vivía encantado con ella. Lo escuché en un reportaje y estaba llorando y pidiendo solidaridad, estaba en una cola del hambre. El mismo estaba descubriendo el chanchullo fiscal en que vivía.
    Esa supuesta «clase media» en poco tiempo estará llorando también por no leerse «los papeles».
    Abrazos.

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    1. Muchos BMW se quedaron sin pagar cuando la crisis del ladrillo envió al paro a encofradores de a 4.000 € al mes que jamás cotizaron a la Seguridad Social, seguros de que el Estado podía irse a robar a Sierra Morena y de que ellos no habían tenido que estudiar en ninguna universidad para ganar más dinero que cualquier jefe de Servicio de la comunidad autónoma.

      Reírse del sistema para después exigirle prestaciones a la altura de sus necesidades, so pretexto de haber trabajado de sol a sol para construir el país.

      Desclasarse. Desclasarnos. El gran éxito de la derecha: hacernos creer que no éramos trabajadores. Crear en cada uno la ficción de que seríamos autosuficientes para siempre, que jamás necesitaríamos de los servicios públicos.

      Luego pasó lo que pasó. Ahora pasa lo que pasa.

      No es que no se leyeran los papeles. Es que estaban tan por encima de ellos que ni siquiera sospechaban quién se los había escrito.

      Y una vuelta más de tuerca.

      Otro abrazo, amigo. Y otra vez gracias.

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