Tres abuelos han bajado temprano a la playa para coger sitio ni lejos ni cerca de la orilla, que es el mejor para que los niños tengan espacio para jugar.
En realidad da lo mismo. No van a tener espacio para jugar, pero las sombrillas ya están instaladas y a media mañana los yernos habrán delimitado con neveras y artefactos del Decathlon de indescifrable uso una parcela de razonables dimensiones para sobrevivir a otra mañana de playa.
La Policía Municipal los ha mirado mal. A ellos y a la otra veintena que minutos más tarde clavaron sus sombrillas, ya al más puro estilo Amundsen, en los huecos que iban quedando libres. Está prohibido por la autoridad municipal eso de coger sitio pero, ni los abuelos se han dado por enterados de la prohibición, ni a los guardias les importa un huevo, sabiendo que de todos modos la playa estará de bote en bote en menos de una hora.

Son abuelos con suerte a pesar de la tarea de colonizar la playa antes de que alcance el 230% de ocupación. Al menos se los han llevado de vacaciones. Este año han tenido que colaborar con el alquiler, los alquileres se han puesto imposibles, pero lo dan por bien pagado. De todas formas la pensión le alcanza de sobra desde que, después de la pandemia, los sacaron de la residencia por la que pagaban el 75% de lo que cobraban. Ya saben los abuelos que fue porque al yerno le cayó un ERE encima y con lo de la hija no se mantenía la familia con tres estudiando. Pero prefieren pensar que un sentimiento de humanidad (del que nunca habían dado muestras) movió a las madres de sus nietos a no dejarlos morir en la soledad de la habitación sin televisor en la que llevaban recluidos más de cinco años con una visita mensual por hija y una cada dos meses por hijo, a veces con los niños, a veces sin.
Otras dos sombrillas, más artefactos, más neveras… sí, porque eso de los chiringuitos es un mito: la cerveza siempre está caliente, hay una cola enorme para que te la pongan y son a cuatro cincuenta. Para un día está bien, como lo de encargar una paella, pero el apartamento está alquilado del 15 a 30 y hay que pensar en la vuelta al cole. Tiene cierta dureza la vuelta al cole si uno no ha previsto con cuidado los gastos del verano.
Los apartamentos están imposibles, los bares están imposibles, aparcar razonablemente cerca de la playa es tarea igualmente imposible; es imposible quitarse bien la arena de las piernas untadas de crema, por no decir de la espalda. También es imposible no parecer una gamba el tercer día y un alemán el quinto o evitar las quemaduras de tercer grado en las espaldas tan delicadas de los niños y las niñas.
La publicidad del apartamento era engañosa, aunque con eso ya contaban: comprimir tres habitaciones espaciosas, cuarto de baño completo, cocina independiente y amplio salón con vistas al mar en cincuenta metros cuadrados a 16 kilómetros de la costa contradice todas las leyes físicas. Y eso sí que es imposible. Dejarse engañar forma parte del protocolo vacacional, porque lo otro significa dejar sin playa a la familia.
Dejar sin playa a la familia podría no suponer demasiado drama. Viene a depender de las necesidades de los miembros que la integran. No suele tratarse de necesidades vitales, sino más bien de necesidades sociales (si es que estas no se hubieran convertido ya en vitales): un año sin subir a Instagram la foto alrededor de la paella marinera y la jarra de sangría con la sonrisa en los labios y un ‘aquí, sufriendo’, puede suponer la exclusión, el ostracismo, el público reconocimiento de haber caído en desgracia… demasiado sacrificio, total, por quince días de nada de arena en el maletero del coche y en los zapatos. Nada que no se pueda corregir a lo largo del año que vendrá hasta que Santa Pola vuelva a reclamarnos.
Durante la cena hablaremos de Sánchez. Y de Begoña. Y de Kamala. Incluso de Netanyahu. La conclusión será que todos van a lo mismo, que no se puede ver el telediario porque esto ya se ha convertido en un circo insoportable y que uno, porque uno sí que es íntegro, no serviría para la política. Es muy parecida a la conversación del año pasado, con el ingrediente dulcísimo de Puigdemont, que ese si se ha escapado en porque a Sánchez (¿también a Netanyahu?) le interesaba que no lo cazaran. Porque todos van a lo mismo. Igual que el año pasado, o casi.
También la vuelta a la rutina se va a parecer demasiado a la del año pasado. Volveremos a mentir sobre la experiencia. No contaremos que los niños se negaron en redondo a esa excursión que habíamos programado (y pagado) para pasar el día en Tabarca porque dicen que hace un calor insoportable en el islote (como si la playa tuviera aire acondicionado). Mentiremos sobre el precio que hemos pagado por el alquiler que, aunque están imposibles, buscando se encuentran cosas muy interesantes. Negaremos que el moreno que exhibimos acaba en los tirantes de la camiseta Ocean con la que nos adornamos, porque ahí vamos a estar cómodos y no hace falta etiqueta ninguna. Criticaremos severamente al Gobierno porque no se pueden soportar los gastos de la vuelta al cole y a eso sí que no hay derecho porque van todos a lo mismo y luego no se ocupan de los problemas de la gente…
Y volveremos a plantearnos si el abuelo no estaría mejor en la residencia, que ya no nos hace tanta falta el dinero y con un solo cuarto de baño, el pobre, está incómodo.
-Luego bien que te viene que coja sitio en la playa- dirá ella.
-Qué el abuelo se queda- le diremos a los niños.
-Pues recárgame el móvil- obtendremos por toda respuesta.
Y así otro año.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.
Has calcado la vida misma del abuelo, totalmente cierto eso lo veo todos los años, como sabes suelo pasear muy temprano por la zona de playas en Benidorm, y antes de las siete ya bajan con las sombrillas y las sillas a colocarlas en primer lugar más próxima al Agua, de verdad espero que a mí no me toque, porque si no no saldré de la residencia, si los nietos quieren playa que tos lleven su padres, porque además después de colocar las do sombrillas, acompañan a los yernos o nueras a hacer la compra con la sana intención de que estén entretenidos y sobre todo a la hora de pagar en caja que saquen la cartera.
Lo tengo claro me quedo en la residencia.
Buen domingo
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Jajajajajajajajaja
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¡Dónde mejor!
Yo, de momento, me voy librando, pero prefiero no decir que de ese agua no beberé, ya sabes…
En fin, esto se acaba… últimos días de sombrilla…
Fuerte abrazo
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Madrileño de Embajadores, héroe de Benidorm, el día que legalizaron el PC allí estaba, de discoteca en discoteca y durmiendo en el 127.
Cuidado que he leído sobre esa semana santa pero nadie ha dicho que fué la primera vez que abrieron las discotecas en las noches de pasión.
Por cierto, mi amigo Luigi y yo nos fuimos los cuatro días con cinco mil calandrias cada uno.
No fué la única incursión por la zona, tuve una novia cuyo padre era el interventor de Alicante. Tenía hecho un surco de ir y venir.
La verdad, tal como lo pintas parece un deporte de mucho riesgo. Es cierto… Los abuelos; también tuve mis quince días de agosto en Benidorm, una amiga, sus dos hijas, su madre, otra amiga yo y el 1430. Creo que a la madre no la vi en la playa en los quince días. Eran otros tiempos, se abusaba de los abuelos de otra manera.
Ocho años en la Costa Brava y el Delta del Ebro te quita el carácter de madrileño/playero y te enseña que las playas no son para el verano.
Feliz domingo, abrazos.
PD: en cero coma tienes polvorones en Mercadona.
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¡Claro que lo es!
Según para quién es un deporte de riesgo.
Èl o ella, los que más riesgo corren. Los pequeños menos (están a otros líos y las discos de moda ya les van bien).
El abuelo y la abuela sí que se la juegan.
Nunca sabremos si para bien o para mal. El caso es que se la juegan: casi ninguno ha sabido conocer la magia del Delta del Ebro… y sus playas sí son para el verano.
Un abrazo, amigo.
GRACIAS
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La playa de Eucaliptos en Amposta. El mar, la playa inmensa e inmediatamente el mar de los arrozales.
Sí, aquello es magia.
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Te creo a pies juntillas…
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Te ha faltado incluir la parte del perrito, el abuelo por interés pero para el perrito si tenemos tiempo, espacio y dinero.
Un beso
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Toda la razón del mundo…
El otro gran protagonista de las vacaciones, salvo cuando lo abandonan en una gasolinera…
Supongo que, como nos hemos vuelto todos locos, el ‘amor’ que se le coge al perrito es incomparable con el que conservas hacia tu padre o tu madre…
Y así esta sociedad nuestra va transitando, de lo sublime, a lo ridículo…
Bienvenida a estas páginas.
Un beso fuerte.
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