Barcelona ha auspiciado estos días el que será el aperitivo del papel que jugará España en la política internacional durante este 2023, que acabará con la Presidencia europea durante el segundo semestre.
La cumbre hispano-francesa y el “tratado de Barcelona”, como así lo ha llamado el presidente Macron, suponen de hecho la consolidación de un eje estratégico entre dos países que suman el 30% de la economía euro y el 25% de la población europea.
A la preponderancia de Alemania y del eje franco-alemán en los asuntos comunes, aunque nadie lo ha expresado abiertamente así, se une ahora con idéntico estatus este nuevo eje que incorpora a nuestro país en la toma de decisiones europeas.
De hecho, las medidas anticrisis propuestas por España, entre las que destacan la pelea por la ‘excepción ibérica’ (el tope del precio del gas), han hecho fortuna en la Unión, de tal suerte que España no solo es el país que menos ha acusado la crisis inflacionista en la que estamos inmersos, sino también el que ha liderado la adopción de políticas de apoyo a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
En contra del espíritu de austeridad impuesto por Alemania para superar la gran crisis de 2007, aquello que coloquialmente conocimos como el ‘austericidio’, que hizo cargar sobre las clases medias y bajas el peso de la recuperación económica con un aumento de la desigualdad que solo benefició a los desiguales, las políticas propuestas por España de las que ahora hace seguidismo el resto de los países de la Unión ponen el acento en los trabajadores y en las familias, consiguiendo un nivel de resistencia más que aceptable en un momento que, según han reconocido los dos mandatarios, es ‘crítico para Europa’.
La sucesión de crisis que han supuesto, por orden temporal, la pandemia de covid-19 y la guerra europea que se libra en Ucrania por la invasión rusa, pone de manifiesto debilidades en la conformación y en las estrategias económicas de la Unión Europea, que nació viciada por un neoliberalismo feroz que, entre otras desgracias, favoreció la mundialización de los mercados con fatales consecuencias para las economías nacionales y que solo rentaron, una vez más, a los grandes poseedores del dinero.
Ahora el tratado de Barcelona propone, entre otras muchas cuestiones, reducir la dependencia de la Unión Europea en los seis sectores más sensibles para la economía, a saber, energía, materias primas críticas, semiconductores, salud, digitalización y sector agroalimentario. No es baladí, ni mucho menos es casual: un Gobierno de izquierdas (el de España) y el otro no tanto (el de Francia) pero acosado por las consecuencias del neoliberalismo que abrazó, se juntan para revisar el basamento de las políticas comunes y deciden desterrar aquellas que han provocado la extrema debilidad de las estructuras productivas deslocalizadas, poniendo el acento en el capital humano local, olvidado durante décadas con las consecuencias terribles para el empleo.
Bajo el lema (elíptico) ‘más europeísmo, menos nacionalismo’, España y Francia se ponen a la tarea de reforzar las políticas que importan conjuntamente a los dos países y, con ellas, las que importan al resto de los que conforman la Unión Europea como agrupación política de naciones, bajo el paradigma del derecho de las personas a vivir con dignidad por encima otros como el del crecimiento económico o el del beneficio empresarial. Seguramente estamos delante del ocaso del neoliberalismo, delante de ese pos-neoliberalismo del que ya hemos hablado, cuyo nacimiento y evolución seguimos con tanta expectación y del que España está tomando singularmente las riendas en Europa.
Mirar en grande. Trabajar en grande. Ponerse, en grande, frente a los problemas grandes que minan la capacidad de las personas de vivir con dignidad. Eso han firmado Sánchez y Macron este jueves en Barcelona.

Entre tanto, un grupo numeroso de manifestantes independentistas (6.000 Guardia Urbana, 30.000 organizadores) protestaba por la presencia del Estado en Catalunya con motivo de la cumbre, un poco hechos un lío entre unos y otros. Pere Aragonés, el president de la Generalitat, estaba en la cosa sin estar en él. Oriol Junqueras estaba del todo, pero salió pitado y abucheado por los que creía que iban con él. Laura Borràs, la jefa de Junts per Catalunya decía que aquí no se ha acabado nada y la Assemblea Nacional catalana (ANC), Òmnium Cultural y el Consell per la República, convocantes de la manifestación, aseveraban que ni Francia ni España, que Països Catalans y que prou repressio. Como si estuviéramos hablando de ‘la desbandá’ (aquél trágico episodio de bombardeo por tierra mar y aire que protagonizó Queipo de Llano contra población civil entre Málaga y Almería), se veían pancartas que rezaban ‘1-O, ni oblit ni perdó’.
Pensar en grande, trabajar en grande. Rusia, Europa, la geometría variable de la política, China, la inflación, las personas. Las personas. Las personas.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.
Si un gran acuerdo y un gran socio todo lo que esta sucediendo es muy bueno para España, pero lo vamos a saber ver ? permiteme que lo dude el ser humano es muy corto de memoria y muy facil de convencer con promesas que no llegaran nunca pero los objetivos de acoso y derribo se consiguen, com odigo cada dia espero que la cordura se implante en este pais que lo sigo dudando, pero lo sigo pidiendo.
La respuesta al tuerto y sus secuaces muy buena espero en cataluña tambien llegue la cordura
Buen domingo soleado.
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¡No es tuerto! Es bizco…
Parece que el independentismo se termina (al menos este unilateral que provoca el conflicto en el que vive Cataluña) y que sus coletazos son confusos.
España ha vuelto a tener la presidencia europea que necesita y Europa mira a España en busca de soluciones a las crisis brutales a las que se enfrenta. Es una gran noticia que nadie querrá contar.
Pero la seguiremos contando, porque la cantidad enorme de dinero que nos llega ya no es para los bancos, sino para las personas. Y eso importa y es de patente socialista por más que le duela a esta derecha imbécil.
Algo se mueve, y es para bien.
Abrazo fortísimo.
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Un atisbo de ESPERANZA.
No tengo ningún afán de protagonismo para España pero es bueno estar en la cocina y Pedro Sánchez parece que aprueba con nota su particular master chef.
En otras circunstancias, circunstancias “normales”, diríamos que hasta el rival más fanático reconocerá sus logros y que hasta el progresista más desconfiado reconocerá que no ha habido gobierno que haya conseguido más ayudas para el ciudadano, sobre todo para el más necesitado. Pero no son esas las circunstancias, la política hoy consiste en vocear los defectos del rival (enemigo, más bien), NADA MÁS, reales o inventados.
Habremos de sacar los megáfonos para divulgar los logros. Va a ser más necesario que nunca.
Acabar con el neoliberalismo, ultraliberalismo, ese capitalismo salvaje, merece todo esfuerzo.
Si en el camino arrasamos con el populismo y terminamos con la feroz polarización (fanatismo) que recorre el mundo, miel sobre hojuelas.
Mucho pedir me parece. Me he venido arriba. La culpa es de la ESPERANZA.
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Estoy seguro de que no te refieres a la Esperanza en la que estoy pensando ahora, aunque esta no podría tener la culpa de que te vinieras arriba.
Lo veo como tú. Esta manera indigna que tiene la derecha de hacer eso a lo que llama política solo les favorece a ellos y a quienes disfrutan del ruido y del odio que genera.
Tal como dices, sin afán de protagonismo, sin chovinismos, España está jugando un papel en política internacional que no conocíamos y la credibilidad de Sánchez (fuera de nuestras fronteras) a pesar de las chinas que va poniendo la derecha, está trayendo enormes avances, no solo para este país, sino en la concepción de las políticas económicas basadas ahora en el humanismo en lugar de en la economía.
No verlo es no querer mirar.
Hay luces. Y sombras, pero también luces. Hay esperanza (de esa).
Un abrazo, amigo. GRACIAS
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