A mí me daban dos.

Y eso era exactamente lo que pasaba: que te daban dos. Que si tu padre se enteraba de que el profe de Formación del Espíritu Nacional te había metido una hostia en clase por mofarte del Consejo de Ministros… te daba dos, por listo.

A estos niños no. Si a estos niños que ya son hombrecitos y que gobiernan nuestras vidas en todos los aspectos, el maestro les hubiera dado un bocinazo, sus mamás le habrían denunciado en todos los órdenes administrativos y jurisdiccionales habidos y por haber. Porque estos niños —lo dice mi hermana que es una mujer sabia y que además es maestra— han crecido con el Libro Rojo del cole en la mesilla de noche y un poster de los Derechos de los niños y las niñas de la UNESCO, editado por Aldeas Infantiles, en el sitio en el que antes estaba el crucifijo nacarado que protegía de todo mal nuestros sueños púberes.

Y ya sus papás les hicieron comprender que son los reyes de la casa y, por extensión, de todo lo que les rodea. Son los reyecitos, la razón última de la existencia de sus progenitores y de los padres de sus progenitores. Son lo que más importa… de hecho, lo único que en realidad importa. Y han crecido sabiéndolo.el-libro-rojo-del-cole

Y ¿en el Congreso de los Diputados? También. También son los reyes del Congreso de los Diputados, y de las instituciones todas… ¡Pues no faltaría más, rey mío! ¡Claro que te puedes llevar al nene al Congreso y darle de mamar y desde luego que puedes darte piquitos con tus amigos cuando bajan de la tribuna de oradores y venir con rastras y sin afeitar! ¿Qué se habrán creído todas esas antiguallas con las manos manchadas de cal viva? Ya eres un hombrecito.

Y, desde luego, que tus vacaciones son sagradas, que el mes de agosto no está para que andes tú con todos los calores en Madrid por un quítame allá esas investiduras. Ya en septiembre, con la fresquita, le dices tú cuatro verdades a esos de la antigua política.

Con toda seguridad nada se recordará en septiembre de las declaraciones de los segundones (reinas, reyes, cada uno de sus papás y de sus mamás) que andan ahora pasando por el photocall del Congreso diciendo lo que les viene en gana (nada muy muy inteligente, por lo demás, pero sí dicho con muchísima rotundidad). Esperaremos. Todos los españoles esperaremos a que los hombrecitos hagan su vuelta al cole. Porque ahora están de vacaciones. Y es que, en realidad, las instituciones les importan o poco o muy poco a pesar de que esas instituciones sean las que nos representan a todos.

Yo me indigno un poco (¡con los indignados!). Porque a mí me lo enseñaron de otra manera. Aprendí a respetar las instituciones como lo que pensé que eran —aquello con lo que la sociedad se dotaba a sí misma para organizar la convivencia—. Pero es que, si no, a mí me daban dos.


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