Izan aprieta los dientes en la orilla. A los catorce años de su edad, todo maduro ya, ha comprendido que su vida es miserable.
El apartamento que sus padres compraron en la playa antes de nacer él no tiene WiFi y su madre se ha negado a contratarle una tarifa de datos que aguante su intensa actividad social en las redes. ¿Para qué quiere el smartphone en esas absurdas circunstancias? Para colmo de sus males, en el supermercado de la urbanización no hay Nutella… Se tiene que conformar con la Nocilla de toda la vida, que no le gusta nada; los yogures griegos tampoco son de su marca preferida y cada vez que papá y mamá los llevan a comer al chiringuito de la playa comprueba que el pollo de la paella mixta no tiene sabor ninguno. Los amigos continúan su vida frenética en Instagram, pero Izan apenas ha podido subir un par de fotos mediocres luciendo su cuerpo en formación: apenas cinco likes.
Su hermana parece boba. Todo le cuadra. Le basta con repetir en la tablet una y otra vez los episodios de Ladybug que tiene grabados, así que no necesita datos para nada. No se queja ni de la puta Nocilla ni de los petit suisse de marca desconocida que les ponen para el postre. Parece que ni siquiera le afecta el calor insoportable de la habitación que comparte con él en el apartamento, hacinados en una litera como si fueran soldados. A Izan le toca la de arriba, claro, para eso es el mayor, pero aun así, le cuesta conciliar el sueño tan cerca del techo.
Su padre le ha prohibido volar el dron en la playa, por miedo a la denuncia de algún desalmado. Solo alguna tarde de sol insoportable se lo ha llevado a las afueras para practicar con él; no ha habido tiempo para hacer una sola foto destacable que postear. ¡Y quedan todavía dos semanas!
Fátima, a los once años de su edad, es ya una mujer adulta. No aprieta los dientes en la orilla de la playa porque tiene muchísimo miedo. Busca a su madre entre los cuerpos desvencijados de los otros africanos que se hacinaban en la neumática. Otros que, como ellos, habían recalado en Siria tras miles de kilómetros para iniciar el viaje hacia la supervivencia. Tiene miedo porque no sabe si su madre habrá sobrevivido a los dieciséis días de travesía y no recuerda nada de los últimos tres. Tiene el recuerdo de la sed, de tiritar en el frío mojado de por las noches, del sol del mediodía quemando en su piel oscura, del hambre de días. Y le resuenan en la cabeza las miles de historias que le contaron de niñas sudanesas como ella que acabaron violadas por los soldados o vendidas por la mafias de las que nunca más se supo. Rebusca entre las bolsas de los hombres muertos algo de comer. No sabe que está a salvo. No sabe qué es ‘a salvo’. Su hermano Nawed murió en el bombardeo de Duma (cerca de Damasco) el año pasado mientras esperaban el transporte. Fátima no sabe que el bombardeo se perpetró por una fuerza conjunta de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, ni sabe que Nawed fue una de las poquísimas víctimas ‘colaterales’ de la operación que Trump había celebrado en Twitter con la escueta expresión ‘Misión cumplida’. De papá no guarda más que el recuerdo de cómo le acariciaba el rostro el día que le cortaron el clítoris.
A Fátima le cortaron el clítoris de muy pequeña, le enseñaron que el cuerpo no se enseña, que se reza cinco veces al día, que no se come jalufo, que al hombre de su vida lo elegirán por ella y que hay que dar muchas gracias a Alá por los dones recibidos. Se lo dijeron esto tantas veces que ahora, mirando a su alrededor y sin encontrar don alguno que agradecer, no sabe si tiene que rezar o no, ni por qué cosa hacerlo.
Insiste en mirar a su alrededor; su cerebro torturado le niega la sensación de ‘estar a salvo’ porque, a lo mejor, no está a salvo.
A las ocho y media de la tarde, Izan ha salido ya de paseo con sus papás a los puestos de los hippies. Sigue con los dientes apretados porque tanta injusticia se le hace difícil de soportar: prácticamente le han hecho vestirse de domingo para salir a tomar un helado.
A las ocho y media de la tarde, Fátima sigue esperando con los ojos clavados en el horizonte, el sol ha caído y ya no le quema; canturrea inconscientemente una oración en voz casi audible. Ahora buscará algo para arroparse en la noche. Escucha las voces muy lejos de otra neumática que se acerca a la costa. Y la espera.
Fátima e Izan, los dos, miran al Este ahora. Es el mismo mar. Es la misma tierra. Apenas unas decenas de kilómetros entre el uno y la otra.
En el mismo mundo.
A las dos de la mañana de este viernes, en el barrio de Tetuán, ha sido encontrado el cuerpo asesinado de una mujer de 49 años. La policía busca al asesino, presuntamente su compañero. El Ayuntamiento de Madrid ha decretado un minuto de silencio para el próximo lunes y no uno, sino tres días de luto oficial. Menos mal. Sería muchísimo mejor que no intentaran más nunca convencernos de que la violencia machista no existe.
La verdad es que nos quejamos de todo, es muy poco lo que tenemos, mi telefono de 700 ya se ha quedado antiguo y papá no me ,lo cambia, que injusticia, que vida mas cruel pasar unas vacaciones sin wifi ni datos Izan lo va a pasar verdaderamente jodido.
al contrario que Fatima que no le importa no tener teléfono de 700 no le importa no tener datos, ni si es nocilla o nutella lo que le importa es sobrevivir, que diferencia de jóvenes
los que tenemos la fortuna de vivir en países en el estado del bienestar nunca nos podremos imaginar el sufrimiento de todas esas personas que arriesgan su vida y se quedan totalmente sin nada y que cosas solo por venir a nuestras costas y tratar de subsistir , todo lo demás no importa, a este problema se le debería dar solución empezando por acabar con los traficantes que se enriquecen con la desventura y la mayoría de las veces con la muerte de esas personas.
Los asesinatos no se van a detener mientras tengamos estas leyes que castigan mas al que roba un bocadillo para comer que al que mata.
buen domingo caluroso.
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Mafias dedicadas a comerciar con el dolor. Es una de estas realidades insoportables con las que nos hemos acostumbrado ya a vivir como con lo más normal del mundo.
Algún día nos conseguiremos enterar de hasta donde llegan, de lo que son capaces, de con qué complicidades cuentan.
De momento, ni siquiera hemos sido capaces de explicarle a nuestros hijos que tener un teléfono de 700 es un lujo que muy muy muy pocos se pueden permitir.
Y los asesinatos machistas… ¡buff! No sé si es el miedo al castigo lo que hace que un asesino deje de matar. No sé si es eso o en lo que estamos es en una sociedad tan machista que, en su ADN, todavía tiene incrustado el concepto de la propiedad del hombre sobre la mujer.
Sea como sea la cifra pone los pelos de punta. Y no tiene aspecto de irse a detener.
GRACIAS, AMIGO. Un abrazo fuerte. Abrígate cuando salgas a las faenas del campo… por si acaso.
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La verdad es que cuando el primer mundo es sólo el dinero, sin valores, sin ética, sin moral, es difícil verlo como taly menos, saber para que sirve…, para que servimos.
Comprar y vender la esperanza muestra que en poco nos diferenciamos, conceptualmente, de la selva.
Aguantar ese discurso tan interesado de «los otros», a los que les sumamos tanta lacras que los cosifican: son ladrones, violentos, vagos, agresivos, peligrosos…, son todo aquello que «nunca» seremos «nosotros».
Ridículo,¿ verdad?, pues eso creemos y abonamos con nuestros actos o con nuestra omisión.
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Así es… son ladrones, violentos, vagos, agresivos, peligrosos…, son todo aquello que “nunca” seremos “nosotros”. Tanto, que preferimos dejarlos morir en el Mediterráneo a dejar que entres en nuestro jodido primer mundo, y nos vale, incluso, la excusa de que todo son mafias.
¡Qué raro es este tiempo! Y… ¡qué mal se lo estamos contando a nuestros hijos!
Un abrazo muy grande, José Ricardo. Muchísimas gracias por opinar con nosotros.
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Menos mal que ,a veces ,hay alguien que remueve la conciencia y te jode el día .Gracias amigo por haberlo hecho hoy. Es una pena pero el gen del machismo no se elimina médicamente. Tenemos que exigir educación. Eso es lo único .efectivo ,pero largo muy largo y dificil .por desgracia ,generaciones. Un abrazo y feliz travesía si estás en el mar
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Te prometo que no era mi intención.
Solo pretendía poner dos mundos juntos en la misma foto… y sale lo que sale. Y lo que sale… Lo que sale parece que ni lo ve nadie, ni nadie tiene intención de vivirlo como un problema propio.
Igual que el machismo. Que sale en la tele y eso, pero nadie (varón, y mujeres no tantas) incrusta definitivamente en su ADN que no se toca, que no se pega, que no se mata…
Y como no se lo contamos a nuestros hijos, las pateras siguen naufragando en el Mediterráneo y los asesinatos machistas no paran de cometerse.
Es un mundo muy raro este tan desigual en el que vivimos. Incluso este, el primero, lo es.
Gracias, Chelines. Aún no estoy en el mar… Pero lo conseguiré.
Un beso enorme.
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Bueno…leía.. y pensaba esto habría que enviarselo al impresentable ese de la Coca-Cola. .pero nà pa qué.
Esta «sociedad del bienestar» es un charco de hipocresía sin memoria.
Esas mafias de las que acusan como cómplices a las ONGS viven, y muy bien, en Malta. Solo hay que rastrear un poquito por la prensa sobre muertes en atentados de periodistas en Malta, (Caruana).
En cuanto al cáncer de los asesinatos machistas me remito al discurso de la flamante presidenta de la CAM. No hace falta decir nada mas. Si una persona, mujer para mas inri, dice lo que dice ella sin que se le mueva un músculo este año vamos a batir un triste record.
Feliz lunes a falta de domingo.
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Sus socios de Gobierno, rama Vox, ni siquiera comparecieron al minuto de silencio. Supongo que no pueden estar callados ni un minuto.
Del asunto de las mafias deberíamos tener más información… demasiado silencio sobre el particular. Claro, que si ha de costarte la vida, igual te quedan pocas ganas de informar.
El chico este de la Coca-Cola… coincido contigo: para qué le vamos a explicar lo que, por otra parte, ya sabe. Ha resultado no ser el más listo de la cuadrilla.
Malos tiempos para el asilo. Malos tiempos para la política.
Gracias, Javier. Un abrazo muy fuerte desde el mar.
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