A pesar de Puigdemont, España no es un país de opereta.
Por más que unos cuantos lo quieran seguir pintando de esta guisa (sus razones tendrán), España ha hecho razonablemente sus deberes democráticos, ha redactado y aprobado en referéndum un texto constitucional y, salvo el Poder Judicial, ha sometido a él al resto de los poderes del Estado.
Empiezo por aquí para dejar constancia de que, cuando una isla del archipiélago canario revienta en magma, descubrimos que un montón de investigadores anónimos (se llaman vulcanólogos y son parte de las instituciones del Estado), las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, las mismas agrupaciones de Protección Civil, los municipios, los Cabildos, manejan planes de contingencia que, puestos en valor ante una catástrofe de singulares proporciones, funcionan y funcionan bien. Y ello a pesar de que las críticas vertidas desde todos los flancos del populismo nos hagan parecer que este es un país de lerdos que nada saben hacer.
De similar ejemplo nos serviría el caso de la pandemia (no sé si han oído hablar de la cosa del covid-19, diciembre 19 según la docta opinión de Isabel Díaz Ayuso) mundial que se ha manejado en España con igual o mayor solvencia que cualquier país de nuestro entorno, y contenido hasta donde era posible lograrlo con una estrategia de vacunación de la que apenas se habla y resulta ser ejemplo para muchos.
El país funciona. Incluso cuando lo gobierna la derecha, el país funciona. con mayores o menores desigualdades, con flecos que resolver, con incertidumbres respecto del futuro, el país funciona como funcionan los países de este llamado primer mundo al que tan contentos deberíamos estar de pertenecer.
¿Flecos? ¡Y tantos!
Hemos tenido un rey corrupto durante cuarenta años al que hemos permitido ridiculizarnos ante el mundo exigiendo comisiones en ‘b’ allá por donde pisaba. Hemos sustentado nuestra convivencia sobre un perdón inexistente a las atrocidades genocidas del régimen abyecto nacido de la sublevación militar de 1936. Hemos permitido que uno de los tres poderes del Estado se mantenga ajeno a la democratización de sus estructuras, asumiendo que la elección de sus órganos de gobierno pueda depender de la voluntad del niño tramposo que gobierna el principal partido de la oposición (o, antes que de él, de las artimañas de un gobernante felón, cual fue José María Aznar que, cuando le tocó estar en la oposición, también bloqueó la posibilidad de su renovación). Incluso estamos dilatando, a mi juicio sin motivo alguno, la modificación de textos legales, como el Código Penal, que mantiene el reproche a conductas que, en otros países, dejaron hace décadas de estar tipificadas como delito.
De modo que, flecos, haberlos hailos.
Sin embargo, es la exquisitez en el tratamiento de la garantía de los bienes jurídicos a los que todos tenemos derecho lo que más débiles nos hace parecer. La exquisitez ante las garantías de los penados y el cómputo de sus condenas, la exquisitez en la garantía de los derechos de las personas que llegan irregularmente a nuestro país, la exquisitez en el tratamiento de la presunción de inocencia, lo que nos hace parecer inoperantes ante la maldad de quien hace uso de estas garantías para extorsionarnos, y vulnerables ante quienes defienden sistemas autoritarios, libres de este entramado de garantías constitucionales que tanto molestan a los fascistas.

Y aquí, en este exacto momento de nuestra manera de comprender el Estado de Derecho, aparece Carles Puigdemont.
Carles Puigdemont, un personaje, este sí de opereta, magníficamente asesorado por expertos conocedores del Derecho Penal europeo, se viene burlando de la justicia de la que está huido desde que decidió auto extraditarse como presidente ilusorio de una república que no existía. Y esto fue cuando comprendió que la cosa del procés se le había escapado de las manos y que los tribunales habían sido llamados a tomar cartas en el asunto. Escapó a un país que tenía sin homologar en su legislación penal los delitos que aquí se le imputaban (imposibilitando su extradición); utilizó la presunción de inocencia de la que goza quien no ha sido condenado por sentencia firme para presentarse a las elecciones europeas; consiguió su escaño; se invistió de inmunidad, y pasea por Europa su presencia infantiloide discurseando sobre lo humano y lo divino, enarbolando esa condición de héroe de las libertades que se ha puesto tan de moda usurpar en nuestros días.
Y la derecha española (causante sin lugar a dudas del desaguisado catalán por su incapacidad manifiesta de procesar decisiones complejas, esto es, las que se sitúan entre lo blanco y lo negro) sacará rédito de ello. Sencillo: acusará al Gobierno de ser incapaz de lograr que Italia entregue al prófugo detenido el viernes en Cerdeña. Bramará que Europa se ríe de Sánchez (que bien poco tiene que ver en esta lid). Exigirá todo aquello que sabe bien que el Gobierno no está legitimado para hacer. Y se quedará tan pancha.
No atacará al poder judicial y ¿sabe por qué?
Pues porque va con ellos.
El dibujo es de mi hermana Maripepa
coincido casi en todo, en lo de La exquisitez ante las garantías de los penados y el cómputo de sus condenas, en esto como sabes no estoy de acuerdo, del mismo modo que si este caso le ocurre a Alemania aunque en España no tengamos la ley de extradicion llega la Merkel lo coge de las orejas y se lo lleva sin nigun lugar a dudas, no somos un pais de pandereta pero a veces lo aparentamos, la solucion para traernos a el señor ese que esta viviendo a cuerpo de rey con el dinero de todos los españoles es facil, mandamos a uno de mi pueblo a italia y en 24 horas esta en la plaza del sol de Madrid , eso si sin que se entere la Ayuso que esta es capaz de soltarlo para joder a este gobierno.
Buen domingo
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Me maliciaba yo que esto de las garantías constitucionales no iba a ser muy de tu gusto, referidas a según qué aspectos.
Sin embargo, son las cosas de las que sentirnos orgullosos porque, a pesar de que valgan para que muy pocos se burlen del sistema, valen para que muchísimos ejerzan plenamente sus derechos sin miedo a que la arbitrariedad del Estado los cercene.
Realmente, no sé cómo va la cosa en Alemania, aunque supongo que de forma muy parecida a como van aquí, porque son, precisamente esas garantías, las que diferencian a un estado democrático de uno totalitario.
Ser demócrata no es tan fácil, como no lo es ser de izquierdas, y pasa por asumir ciertas reglas que, aunque faciliten abusos por parte de quienes hacen de ellas un uso torticero, sirven para que todos los demás vivamos en seguridad jurídica. Y no es un asunto menor.
¿Da rabia? ¡Mucha! Mucha rabia. Pero ¿quién podría no estar de acuerdo con el principio de presunción de inocencia?
Partiendo de ahí y hasta que no se demuestre lo contrario, Puigdemont sigue siendo inocente.
Un abrazo muy grande, amigo.
GRACIAS por traernos esta opinión que, seguro, es mucho más extendida que esta que trato yo de mantener.
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Flecos, haberlos haylos, sin lugar a duda. Si por un momento pudiéramos imaginar que todos los flecos de hoy quedaran resueltos, aparecerían otros o, mejor dicho, los haríamos aparecer. Es ley natural pretender mejorar las cosas, todas las cosas. En el preciso instante que alcanzamos un objetivo nos marcamos otro superior, una mejora. De eso va eso de evolucionar.
Flecos hay en cada rincón del planeta, en algunos no hay otra cosa, y en cada rincón se tratan de una manera. Es aquí donde entran en juego la idiosincrasia y la malicia y en eso, amigo, en eso somos únicos, somos campeones.
Ya por ser mediterráneos, temperamentales, gustamos de alarmarnos y alarmar y como españoles … ay los españoles, lo que nos gusta criticar, cotorrear, desprestigiar, exigir a los demás. Y si en el centro de las críticas están los políticos, retozamos. Qué fácil es culpar a los políticos de todo. Los políticos, sobre todo si gobiernan, para los españoles, son seres que deben tener la solución a todos y cada uno de nuestros problemas, como si nosotros mismos no tuviéramos nada que ver, nada que decir, nada que decidir sobre nuestras vidas.
Y cuando los criticones no son ciudadanos de a pie sino otros políticos … agárrate los machos.
Disfrazada de oposición, que parece término mucho más democrático, aparece la malicia de los tramposos (bien has calificado a ese muchacho).
Al contertulio Moraleda tengo que decirle: Merkel ha demostrado en su carrera política no tener miedo a los cambios ideológicos (casi siempre renunciando a principios conservadores en favor de otros más progresistas) en beneficio del pragmatismo que la ha llevado a ser tan estimada por todos pero no recuerdo que se haya saltado las normas a la torera porque le conviniese. Eso es muy hispano y muy poco germano. No creo que hiciera lo que tú dices que haría. Aprendamos.
Si no respetamos las normas que nosotros mismos nos hemos impuesto, apaga y vámonos.
Saltarse las normas para conseguir el objetivo, el capricho del momento, es intolerable. Hacer trampas para imponer «nuestra justicia» no es de justicia. Yo también quiero que el prófugo sea detenido y juzgado y, si así lo considera el juez, condenado. Pero todo ello bajo el amparo de las garantías que nos hemos otorgado. A todos.
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No puedo estar más de acuerdo.
Poco que añadir.
Al final es el propio afán por avanzar el que nos hace manifestar las imperfecciones del sistema, cada vez más finas, cada vez más sutiles.
Tachar el todo de basura solo conduce a la autoflagelación que se imprime desde la derecha, acostumbrada a convertirlo todo en mierda cuando no gobierna.
Exigir lo que se sabe que no puede darse es ruindad. Lo otro, coser los flecos, es hacer política.
Buena reflexión, amigo. GRACAS.
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