La muerte de Almudena Grandes nos pilló a todos a contrapié, a pesar de que había anunciado (con toda elegancia) que padecía un cáncer contra el que se disponía a luchar.
Mal amigo el cáncer.
Finalmente venció la enfermedad y se desató esa especie de pena colectiva que solo se da en casos de gente muy especial, o muy querida, o muy necesaria, o cuando es muy importante en las vidas de muchos.
Pena colectiva. Sin aspavientos, sin plañideras. Entre el estupor y la sensación de hueco incómodo, de pérdida que nunca debió producirse. Es raro sentir que has perdido a una persona a la que nunca conociste y que, sin embargo, se había convertido en una de la familia a base de contar historias de nuestras familias.
La tinta empieza a correr en el mismo momento en que se anuncia la muerte.
Es sabido que los buenos periódicos preparan los epitafios (necrológicas en el argot) meses antes de que se desenlacen los acontecimientos, y luego miden los tiempos en los que se han conseguido emitir. El que da primero da dos veces, deben pensar, pero así se escribe la Historia o, por decirlo mejor, las historias.
Los de Almudena Grandes, como de suyo, como ella misma, magníficos.
Lo que pasa es que hoy en día los epitafios vuelan. Los sentimientos vuelan. Las redes sociales los convierten en fugaces. Y, en este caso, en virales, porque la de Almudena Grandes ha sido una muerte viral.
Todos lo contamos fuera dónde fuere. En blogs, en un tuit, en la historia del WhatsApp… Hasta Pablo Casado lo contó, el pobre, con una elegancia que ninguno esperábamos de él. Un mensaje correcto, sentido, impecable, que fue malamente recibido por una colectividad rabiosa (con razón) contra una derecha nada amiga de cultura, de libros, de pensamiento, de almudenas grandes. Pablo Casado, el pobre, hizo lo que supo y lo hizo bien.
La cronista de Madrid, su primera defensora, recibió de la derecha lo que ella misma hubiera deseado para sí: el desprecio. Porque los insultos de los imbéciles nos halagan. Desde aquí, pues, mi más sentido agradecimiento por el silencio despreciable de quienes debieran ocupar ese papel de primeros defensores de la ciudad, a saber, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad autónoma y José Luis Martínez-Almeida Navasqüés, alcalde de su capital.
Me pregunto cuánto tiempo dedicarían sus equipos de imagen a dilucidar sobre si emitir o no comunicado alguno sobre la muerte de la escritora. ¿Cuánto sería? ¿Veinte minutos? ¿Una hora? ¿Lo discutirían en el grupo de WhatsApp “Almeida sí que sique” o “Ayuso a la Monkloa”, del que solo participan el escogido grupo de los que piensan por ellos?: Que qué decimos/ Que nada, que nada; no ves cómo han puesto a Pablo por piarlas/ Algo habrá que decir, nos van a poner a parir/ ¿De esa roja? /Ay Miguel Ángel, que radical eres, hijo mío/ Que nada, que ni agua… Y así todo.
Los más altos representantes de las instituciones madrileñas guardaron silencio ante la muerte de Almudena Grandes.
Casi dan ganas de amenazar con un “No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás” (#cabalgatatve), pero ni para eso da el profundo desprecio que provocan. Seres insignificantes, ínfimos, volátiles, representando dignidades de personas mayores. Mequetrefes sentados donde antes se sentaron estadistas. Personas incapaces de grandeza alguna. ¿He dicho yo “personas”? O lo que sean.
Nada le quita a Almudena Grandes, sino al contrario, el silencio de según qué personajes. Nada.
Un apunte más: el tuit de la cuenta oficial de Vox Vicálvaro que no reproduzco en estas líneas por pudor y que después borraron, a lo mejor por vergüenza. La indecencia representada por la tercera fuerza política de la nación.

El pueblo de Madrid vino a sepultarla en el Cementerio Civil con un libro debajo del brazo, en una de las despedidas más emocionantes que se recuerdan. Cuentan que la lápida no puede verse, cubierta de flores. El campo del Atlético de Madrid, con sesenta y cinco mil almas dentro, guardó un minuto de silencio y rompió después en un aplauso intenso in memoriam por una de las suyas.
No se alcanzó ese consenso en el Ayuntamiento de la ciudad que la quiso. Vox, PP y C’s, impidieron que fuera nombrada hija predilecta, o que el Paseo de Coches del Retiro (donde se celebra la feria del libro) se rebautizara con su nombre. Tampoco se logró que alguna biblioteca pública lo llevara. Raphael y Julio Iglesias, junto con la única mujer que ostenta la dignidad, Carmen Franco, si alcanzaron el consenso necesario. Estos somos, se ve.
Así que Almudena Grandes se ha despedido del mundo como hubiera querido: En el Cementerio Civil de Madrid, con el respeto exquisito de Luis García Montero (otro tan grande), compartiendo la memoria con socialistas, comunistas y descreídos, amada por la gente grande, despreciada por quienes, en realidad, solo merecen desprecio.
Y así todo.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.
Tambien coincidimos hoy, lo que siento es no tener conocimento de las obras de Almudena, no he tenido la ocasion de leere niguna de sus obras mientras estaba en vida , logicamente ella ha muerto pero sus obras quedan para la historia, lo que me permitira poder leerlas.
El desprecio de la derecha no te debe de extrañar y sobre todo habiendo coincidido con la presentacion del libro del señor Rajoy, que tengo claro que no voy a leer, por que no me interesa la vida interesa intima de los borregos,el desprecio de la derecha era creible no nos debe de extrañar, ahora la posicion de la gente de cultura no lo debe de olvidar.
buen domingo
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¿Se puede soportar tanta bajeza moral?
Creo que el libro de Rajoy yo también me lo voy a saltar.
El desprecio de la derecha (excluido Casado, el pobre) es solo comprensible si, además, se comprende su desprecio ancestral por la cultura, por el conocimiento, por el pensamiento crítico.
Ni siquiera escandaliza. Solo confirma lo que de alguna manera ya sospechábamos: no sirven para nada.
Un abrazo muy fuerte, Juan Carlos.
Gran señora, gran escritora, grande todo lo que nos enseñó.
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Si.. maldito cáncer. Ya lo dije la semana pasada, poco que añadir.
Hablar de las miserias de esas pseudopersonas que dicen que son ‘politicos» no merecen la pena.
Una amiga que vive en Guanajuato, 25 años, me mostró una foto con el poema de despedida de su marido y me dijo: he llorado con ésto, amor en estado puro. Yo le regalé otro que le encantó.
Guanajuato, México. Ese es su gran mérito, lo que tiene verdadero valor llega a todas partes. Mi amiga no conoce Almeidas, Ayusos y sus miserias, pero sin embargo no olvidará ese gran amor.
Es lo que queda.
Feliz domingo, abrazos.
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Universal.
Hacer del amor algo universal no tiene nada que ver con ayusos ni almeidas, toda la razón.
Hacer el amor una cosa que llega a Guanajuato es privilegio de pocos.
Gracias por contarlo, amigo.
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Buenos días, tampoco esperábamos menos, ya sabemos cómo se han comportado con el tema cultura (o tantos otros) en Madrid, en fin, ellos se lo pierden.
Cuando leo lo de Vox Vicálvaro me entra la risa floja, como si leyese Vox Vallecas o Vox San Blas.
Un abrazo y a pasar buen día.
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Lee también la cariñosa mención que le hicieron a la escritora. Vox Vicálvaro, Vox Vómito.
Es verdad. Sabíamos quienes eran… Solo que yo no imaginaba que estuvieran con tantas ganas de hacerlo en público.
Un abrazo, amigo.
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