Una jueza de Galicia envía a un niño que vivía pacíficamente en una parroquia coruñesa al tumulto marbellí de la droga y la corrupción.
Ah, no. Perdón.
Una jueza malagueña le niega la custodia a una madre que quería llevarse al niño de la cosmopolita Marbella a una aldea de mierda en Galicia.
Debemos estar todos locos.
El Derecho de Familia es intrincado. Las decisiones de los jueces especializados no son fáciles y quiero suponer que existe cierto grado de subjetividad en ellos, no solo aceptable, sino conveniente a los intereses de los menores cuyo bienestar (cuya felicidad) se ventila en una sala de vistas.
Vivimos en una sociedad extraña, partida por tantas brechas que da miedo asomarse a ellas con cierto grado de seriedad.
La brecha digital, la brecha cultural, la brecha económica, la brecha social, la brecha entre los mundos rural y urbano… la brecha nacionalista, la separatista (versión corregida y aumentada de la anterior), la brecha xenófoba, la aporofóbica (versiones estas últimas aún más indignas de la económica). Brechas.
Lo difícil es verlas plasmadas en los fundamentos de la sentencia de un juez o de una jueza.
Pensado sobre ello, caigo en que la jurisprudencia está preñada de ejemplos de esta naturaleza y haciendo memoria (sin ir demasiado atrás) se me vienen a la cabeza casos palmarios de sobreseimientos clamorosos, instrucciones archivadas sin que se entienda por qué o sentencias increíbles, que obedecen más a la arbitrariedad de quien imparte justicia que a ningún razonamiento al alcance de un ser humano racional.
No es nada sencillo opinar sobre ello. El juzgador conoce en profundidad el asunto que ventila, tiene todos los datos, los elementos de juicio en el sumario. Emitir opiniones basadas en la información que circula en las redes o en la prensa del corazón, incluso en los medios tradicionales, es arriesgadísimo y, casi con seguridad, conduce al ridículo.
De forma que no analizamos aquí la sentencia de su señoría, que bastante tiene ella con verter opiniones de la naturaleza que las vierte y llegar a casa después a terminar de ver su serie favorita (nunca supe si se preparan la cena, pero siempre sospeché que series sí que ven sus señorías).
Su señoría, en este caso, ha optado por faltarle al respeto a exactamente la mitad de la población española: la mitad que no vive en los ciento veinticinco municipios más poblados del país, esto es a la que vive en los otros ocho mil y pico. Y el fundamento jurídico no parece de una solidez aplastante.

Su señoría está segura de que en un pueblo de mierda los niños no tienen futuro, porque su señoría sabe que no hay otro futuro que el éxito y el éxito que es capaz de inteligir no está en la ganadería ni en la tierra, únicas opciones que maneja. Ignora que los niños de los pueblos que quieren van a la Universidad y que algunos, incluso, se hacen jueces, como ella misma. Lo ignora porque, seguramente, a estos jueces no los ha visto nunca. Ignora que hay quién elige vivir en el mundo rural, como la propia madre (interiorista de profesión) a la que la jueza retiró la custodia de su hijo, por el simple hecho de aborrecer las exigencias del urbano intensivo que representan las ciudades. O, incluso, por alejar a sus hijos de lo que implica una ciudad como Marbella en la que, sin lugar a dudas, las probabilidades de “torcerse” durante la adolescencia son infinitamente mayores que las que ofrece un pueblo de la “Galicia profunda”.
A lo mejor la mente de su señoría, cuando escucha la expresión “Galicia profunda”, retrocede tres o cuatro siglos y, sin pensar en el advenimiento de la fibra óptica, imagina aquelarres y quemas de “bruxas” en la plaza pública (porque “haberlas –pensará–, haylas”).
Pero su señoría indica sabiamente que la mamá amamantó a su hijo solo durante un mes. Eso sí lo sabe y lo refleja en la sentencia. Y se duele de pensar que “colgarle” al hijo que no amamantó sería tanto como perpetuar el papel de la mujer en el modelo de la sociedad patriarcal vigente durante tantos siglos.
A veces da un poco de asco como se utiliza la “perspectiva de género” para justificar las posiciones más machistas. Creo que su señoría se ha hecho un lío.
Pero criaremos un lindo cachorrito marbellí, en lugar de una desarrapada cría montuna. Y eso tiene un valor.
El dibujo es de mi hermana Maripepa
Sabes que la Justicia no es santo de mi devoción, vamos no la Justicia que tiene bascula y tiene los ojos vendados, no creo en los jueces por que son personas que dictaminan según sus criterios y eso no vale la Justicia tiene sus normas y los delitos sus sentencias, fácil, en la época de las grandes tecnologías están fácil como meter todas las leyes y sus aplicaciones se mete el delito o la causa a juzgar y la máquina te da el resultado, no sabe si Galicia es buena o es mala para un niño por lo tanto sigo sin confiar en los jueces.
Buen domingo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
A lo mejor no es tan fácil. Pero tan difícil como lo hacen tampoco puede ser.
El grado de subjetividad que respiran algunas sentencias hará que la gente deje definitivamente de creer en la justicia. Y ese será un mal momento para la sociedad.
En el Código Civil no consta que Galicia sea buena o mala para los niños. No. No consta.
GRACIAS, AMIGO
Feliz semana
Me gustaMe gusta
Tal vez la señora jueza, un día de conducción, erró el camino, se metió por una pista sin asfaltar y, cuando salía a preguntar a un pastor de vacada se le hundieron los zapatos de marca en una boñiga recién amasada por una ternera gallega… Porque pocas explicaciones -si hay alguna- tiene esa verborrea contra lo rural, además de mostrar tal desconocimiento que, de leyes sabrá mucho, pero del mundo de la azada y el zurrón se ha quedado con las películas de Paco Martínez Soria o con un documental del año la pera sobre unas aldeanas gallegas trotando en almadreñas mientras chamullan en lo que, seguramente, la magistrada entendería como jerga y los palurdos de campo, como yo, llamamos lengua gallega.
A este paso, no habrá suficientes estanterías para contener los tomos dedicados a los disparates judiciales.
Salud.
Me gustaLe gusta a 1 persona
No debe ser tan fácil apartar tus modales y tus creencias de persona de buena familia y temerosa de Dios cuando dictas sentencias.
Lo que pasa es que es obligatorio. Y si no sabes, te toca aprender.
El bienestar del menor se puede medir, seguramente. La calidad de vida de unos u otros sitios también.
La vara de medir es la que asusta.
¡Gracias, amigo! Efectivamente, nos van a faltar kilómetros de estantería.
Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
👏👏👏👏👏👏
Me gustaMe gusta