Para navegantes

El jefe de los populares en el Parlamento Europeo se ha reunido esta semana con los representantes de la derecha italiana para dar carta de naturaleza a la alianza que se prepara entre los de Berlusconi, los de Meloni y los de Salvini tras sus comicios de este 25 de septiembre.

Ya estaría.

La noticia ha pasado desapercibida porque estábamos intentando adelantarnos a Putin en el reconocimiento de la figura de Mijaíl Gorbachov, que ha muerto esta semana y que, mientras en Rusia tratan de hacerlo pasar desapercibido, en Europa se homenajea como el hombre que cambió el destino del mundo terminando con la guerra fría y, de paso, con la URSS.

Pero sucedió también esta semana que Manfred Weber (el presidente de la familia popular europea), se encontraba en Italia apoyando a Silvio Berlusconi, el jefe de Forza Italia que concurre a las elecciones coaligado con Hermanos de Italia, la formación de ultraderecha que encabeza Giorgia Meloni, y la también extrema derecha de la Lega de Matteo Salvini, el aliado europeo de Marine Le Pen.

Así que lo dicho: que ya estaría.

Las alianzas derecha-extrema derecha, se consolidan en Europa a la vez que la socialdemocracia languidece y, más a la izquierda, los partidos de corte comunista buscan un discurso que haga creíble la utopía de que la política sirve a los intereses de la ciudadanía.

¿Utopía? Sí para el entendimiento de las personas que, cada día con más motivos, se encuentran con dificultades de las que culpar al Gobierno de turno: el acceso a la vivienda, las inconveniencias del mercado laboral, la imposibilidad de llenar el depósito de carburante o de calentar la casa… Es una utopía para todo aquel que, cargado de razones, afirma que los problemas del país se arreglarían solo con que los políticos se bajaran el sueldo.

Pero volvamos al asunto: esta socialdemocracia sin clases trabajadoras con conciencia de tales, sin sindicatos creíbles, sin la CECA (aquella mítica Comunidad Europea del Carbón y del Acero abrigada por un proletariado que yo no está), abrumada por una sociedad de la información y las comunicaciones que ha sobrepasado al estado del bienestar, mundializado los mercados y robotizado las operaciones bursátiles se ha quedado sin discurso. Esto es, sin discurso que trascienda de las viejas soluciones a problemas viejos. Ha dejado de convencer a quienes no han comprendido la ‘excepción ibérica’ (el alcalde de Madrid ha dicho que es una fórmula que sirve para pagarle el gas a Francia, no se sabe si por ignorancia, necedad o pura maldad) y buscan en los totalitarismos postdemocráticos, no la solución a problemas a los que sabe que nadie dará solución, sino el castigo a quienes considera que no han hecho lo suficiente para resolverlos.

Y así, con la naturalidad de las cosas que simplemente suceden, nos vamos acostumbrando a lo que apenas hace un par de años juzgábamos insoportable. Asumido el recorte de derechos individuales que imaginábamos irrenunciables, asumida la sustitución del discurso político por las soflamas patrias, asumida la libertad de los poderosos para acaparar lo que antes era de todos. Hemos asumido, en suma, el ultraliberalismo económico disfrazado de amor a la patria como la idea que revolucionará las entrañas de la organización política y social de nuestros estados.

¡Y vaya si lo hará!

Sin ánimo de pájaro de mal agüero, la señora Meloni gobernará Italia con este discurso:

“No hay mediaciones posibles: o se dice sí o se dice no. Sí a la familia natural, no a los lobbys LGBT; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista; sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva; sí al trabajo de nuestros ciudadanos, no a las grandes finanzas internacionales; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas.” (De su encendido discurso en apoyo a Macarena Olona durante la campaña de Vox en Andalucía.)

Y gobernará Italia con el apoyo de aquella derecha que, otras veces, consideramos sensata.

En Europa.

Está pasando en Europa. En esta Europa que vive desde hace más de seis meses una guerra de desenlace incierto. En esta Europa amenazada por una crisis energética de consecuencias impredecibles. En la Europa que no encuentra soluciones claras a lo que está pasando más allá de abrir (con muchísimas reservas) una estrecha ventana a la intervención de los precios del mercado energético.

Está pasando aquí al lado mientras nos miramos el ombligo sumidos en soliviantos pequeños, en disputas de barriada. Ajenos a la mayor o negándola con desprecio, porque solo vale avivar el desconcierto (como si hiciera falta) para que el odio anide en las urnas y la victoria (¡la victoria!), dé al traste con el futuro y consolide los valores patrios (aquello del ardor guerrero, ya sabe…) como única verdad.

Y ¿sabe qué?

Me cago en los valores patrios.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.


2 respuestas a “Para navegantes

  1. Mal vamos mal, no somos capaces de pensar entre todos como solucionar el problema, se aproxima una guerra politica sin cuartel, no importa como estemos los españoles, da igual, mal vamos muy mal, yo en algun momento soñe que la salida de casado y la entrada de feijoo nos ayudaria a poco a poco reconducir la politica española sin tener que depender de los nuevos libertadores (para sus propios intereses) pero que va al contraio otro que se suma a los destructores del pais, caiga quien caiga no importa lo jodido es que siempre pagan los mismos los ciudadanos de a pie que nos tenemos que abrir y que nos den hasta que se pueda aguantar por que la vaselina dejara de hacer efecto.
    VAMOS MAL MUY MAL¡¡¡¡¡

    Buen domingo (si es posible no pensar en el problema.)

    Le gusta a 1 persona

    1. Siempre habíamos pensado, como algo distópico, en que hilos desconocidos movían el mundo ajenos a los focos, a los diarios o a los informativos. No nos lo terminábamos de creer, pero pensábamos en ello como respuesta a preguntas que no sabíamos contestar: ¿por qué hambre y opulencia están separadas por una frontera? O ¿por qué se desencadenan guerras fratricidas que parecen no beneficiar ni a vencedores ni a vencidos?

      Y resulta que debe ser cierto, porque cuando parecía que nada podía fallar (en este conocido como primer mundo, que en los otros dos todo estaba fallido) resulta que han venido a romperlo todo y a recordarnos, ni más ni menos, que no somos nosotros los que nos procuramos el bienestar o las libertades individuales, sino ellos quienes las permiten o las cercenan según los intereses de ese grupo invisible de no-ciudadanos que juegan al ajedrez en el tablero global.

      Han debido juzgar inconveniente que occidente reparta tantos bienes entre las personas. Los necesitan para ellos. Y nos los van a quitar.

      MUCHAS GRACIAS, JUAN CARLOS.

      Fortísimo abrazo.

      Me gusta

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